Ser o no ser
Mucha gente nace con el don de la palabra, con una facilidad de expresarse increíble, cuentan inigualables relatos, son políglotas, son desinhibidos, brillantes. Los admiro profundamente, más cuando discuten con fundamentos cada punto y coma.
Yo no soy así, prefiero callarme cerrar la boca, pensar, sacar mis conclusiones, reverbero hasta encontrar una respuesta.
Según cuentan hasta los dos años no emitía más que monosílabos, no decía palabra alguna, quizás las estaba soñando, quizás que una amiga de mi mamá se sentara conmigo en un parque a practicarlas cambió mi destino, ellas salieron sí, de a poco, pero otras tantas las escondí.
A veces las sacaba, a los gritos con algunas canciones, en esos dúos con mi hermana, digamos que podía tararear canciones prestadas, solía copiar por todos los rincones frases, cuentos, citas.
En una época escribía cuentos a mis hermanos y luego me regalaron un diario y así siguieron miles de agendas hasta inventé un alfabeto secreto.
Me inspiró una libreta pequeña del tamaño de una mano, donde mi bis abuelo escribía a diario sobre los datos del tiempo, escribió hasta un día antes de partir de este mundo.
Con una amiga escribimos prácticamente toda la secundaria, época en la que comenzamos a leer cuanto libro pasaba por nuestras manos.
Pero mis escritos eran un secreto, me daba vergüenza mostrarlos, suponía que eran ridículos, infantiles, básicos.
Pero una tarde cualquiera a mis diecinueve años, por alguna razón del destino decidí quemarlos, subí a la terraza de mi departamento y armé una gran fogata. Incluí apuntes, deshojé cada uno, no sé si junte algunos palos o cajas y pude ver como se retorcía el espiral de alambre cómo quejándose, eran unos tres cuadernos repletos, que se desmaterializaron en forma de humo, fuego y cenizas.
Ese día en un acto de cobardía, quemé esa parte de mí que no tenía que ser, que no debía, lo mío era la ciencia.
Pero las letras tienen fuerza, cierto misterio, vienen en sueños o quedaron flotando en forma de versos, conversaciones, historias y vuelven desde las cenizas como pidiendo asilo, atropellándome algunos fragmentos.
Entonces como una necesidad visceral e imperiosa esas letras, esas palabras que alguna vez escondí, vuelven eufóricas, quieren ser contadas, me marean en las noches, me despiertan.
Quieren ellas hablar por mí, por los demás, por el que brilla o se apaga, y las entiendo al fin.
Porque callé mucho, porque alguna vez sin saber me anudé el alma.
Porque callé mucho, porque alguna vez sin saber me anudé el alma.
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Foto tomada de internet |
https://issuu.com/correccciones.monitas/docs/moni_arte__n__1__1_
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