Cuando Berta murió, después del triste velorio y del tedioso entierro, las ominosas promesas que entre llantos se dijeron, quedaron truncas. Fue cuando por fin, todas las cosas volvieron a ser como antes “sin ella” pero como antes. Los grandes, los mayores, los que saben algo de la vida, se repartieron sus pocas cosas. Se llevaron sus fotos, su caja de música, su traje gris, su tocado de novia, los recuerdos que guardaba de los niños se perdieron, donaron sus ropas y también repartieron a sus hijos. El mayor quedo con su padre y los más chicos con los abuelos. Suele suceder que el destino para unos es benévolo y para otros es siniestro. Un año después de la convalecencia y muerte de Berta y en lapso de unos meses, murieron los abuelos. La pompa fúnebre que ausento al padre, persiguió a estos niños por el mundo entero. Crecieron como pudieron. Para subsistir ellos anularon los recuerdos, borraron de sus mentes las fechas, se olvidaron primero de su olor siempre...