Un lugar en el mundo
Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida.
Mario Benedetti
Yo pienso en que el tiempo voló, recuerdo ese día y escribo.
Esa mañana fría de junio salimos a Sanagasta, un pueblo que se encuentra a veinte kilómetros de La Rioja, teníamos una minga en la futura casa de una pareja amiga.
Todo salió como lo planeábamos, llegamos temprano, estaba frío, no había nadie en la calle de tierra, tampoco en el terreno, así que esperamos, luego de un rato llegaron los chicos, nos abrazamos, el sol salía tímido entre las nubes. Armamos el mate para calentar el cuerpo y nos organizamos para trabajar. Prendimos la radio y nos pusimos a bailar con Leda la hijita de los chicos, se sentía hermosa la mañana, mientras Mey metía los pies en el barro. Ramiro y Chelo organizaban el lugar de los adobes. Entre todos se generó un lindo momento.
En eso llegan otros amigos de los chicos: Claudio y Mariela con sus nenas que se suman al baile.
Luego todo sucede de manera caótica, entrando nomas miran los chicos al lado donde un alambre de no más de un metro y un par de plantas divide con la casa vecina. Mariela observa algo en el suelo, un bulto y luego todos estamos en el terreno vecino, hay un hombre tirado, podía estar chumado, podría estar herido, Chelo intenta despertarlo: hombre, hombre ¿está bien?, yo le tomo el pulso; no tiene y está helado, al lado hay una pava tirada, pero el señor está tieso, muerto.
Las chicas se llevan las niñas a la esquina, Claudio sale en busca de una ambulancia, en eso llegó una pareja, también se acercan al cuerpo. Ramiro afirma que es el vecino de la casa celeste, que es jardinero y cuidador, corro hacia la casa, le aviso a un hijo alto que me mira desencajado y volvemos al terreno, en eso se escucha la sirena, todos salen a la puerta de sus casas.
La casa vecina está llena de plantas, la mesa esta caída al igual que la pava y el pico de agua abierto, seguramente el señor antes de descompensarse intentó sujetarse y cayó. Son como las 10: 30 de la mañana justo en el lugar hay un cartel tallado en madera que dice “mi lugar en el mundo”.
Llega la ambulancia, baja una enfermera, gira el cuerpo y dice, es mi papá. Chelo está al lado de esa escena y mira desconcertado, gritos y llantos, la cuadra se conmociona, se acercan los vecinos, todos se conocen y todos son familiares, una señora anciana se acerca, es la hermana del difunto, le traen una silla le doy el pésame contándole lo que pasó , llega la policía tratando de mantener el orden.
Nosotros los de la minga, contamos al resto de familiares que está en la calle cómo encontramos al hombre. Una vecina relata haber charlado con él temprano, que además Don Cato intentó chayarla.
Nos vamos a la casita donde alquilan los chicos, el llanto se siente desgarrador desde lejos, luego de un rato todo es silencio y suenan las campanas con una cadencia particular, lenta y espaciada que anuncia que falleció un vecino en el pueblo.
Repetimos una y otra vez las secuencias, cuando Claudio llegó a la salita de primeros auxilios, cuando Mey se cruzó en el camino a la quinceañera que anunciaba que hoy era su cumpleaños, las preguntas de las nenas que intuyeron que algo pasaba. El día se tornó raro como una bisagra que invita a reflexionar.
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Panes de adobe, Sanagasta. |
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