El señor albañil
Cuando lo conocí trabajaba en un pozo, trataba de sacar unas
piedras gigantes. Era un hombre delgado canoso de piel curtida por el sol, tenía
manos grandes y callosas. Solía usar gorra y unos zapatos mocasines viejísimos,
tenía una giba pronunciada y aveces coqueaba.
Ese día estaba renegando por el tamaño de las piedras, rodeado de herramientas como baldes, pala, pico, maza, barreta y una soga.
Trabajaba de sol a sol. A casa llegaba a las cuatro de la
tarde y se marchaba con la última luz.
Así fue desde el primer día hasta el último, cumplió con su
palabra un veintitrés de diciembre, de terminar con esa estocada.
Nos contó muchas cosas de su vida, cuando se vino a vivir
sólo con uno de sus hijos a esta provincia porque su esposa lo había engañado
con su primo.
Un primo de ella, al cual alojó en su casa durante un
tiempo. Fue tanta la vergüenza que sintió que huyó de ese pueblo, de las críticas,
de la habladuría de tanta gente, se alejó de la casa grande que construyó con sus
propias manos, de sus padres, de sus hijos y de esa mala mujer.
Cuando llego no tenía nada, así que comenzó a trabajar en el
basural buscando metales, que luego revendía por unos pesos. Así poco a poco, llegó a comprar
un terreno y construyó una casita.Trabajando sin descanso, le pudo dar estudio y comida a su hijo mayor.
A su exmujer la definió
como mala, traicionera y trasladaba esa definición a todas las mujeres del
planeta, excluyendo a una hermana, a su mamá y a su nuera.
Este hombre llevaba tantas penas sobre sus espaldas, la muerte de
uno de sus hijos, que se caratuló como suicidio, pero él tenía sus dudas.
Me contó que en las noches no podía dormir de la tristeza, pensando en su
joven hijo.
Don Raúl sabía trabajar la tierra, guardaba el secreto de
las cosechas, me habló de las propiedades de la jarilla para los pies y del
incayuyo como digestivo.
En su juventud trabajó muchos años en las viñas de su familia. Un día nos trajo dos, me preguntó dónde quería plantarlas, además trajo un uñigal, que ya dio sus frutos exquisitos.
En casa perímetro el terreno, emparejo, saco piedras, construyó partes del baño.
Solía ser verborrágico, contaba una y otra vez su historia, decía
que tomar mates era de vagos y se reía con su par de dientes cuando me veía tomando
unos amargos. Yo le decía que debía volverse a enamorar. Me miraba de reojo balbuceaba
y seguía trabajando.
-Doñita no se moleste me repetía, cada vez que le ofrecía
comida, pero luego comía todo y me felicitaba porque estaba muy rico.
El crecimiento de nuestro terreno tiene mucho de su esencia,
de sus tardes. Ese hombrecito analfabeto tenía el corazón hipertrofiado de bondad, más grande que sus
manos;nos enseñó lo que significa el trabajo genuino, el esfuerzo y la
palabra.
“Y dicen que por muy corto que sea el camino, quien pisa
fuerte, deja huella.” y don Raúl nos dejó muchas.
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Don Raúl en casa una tarde |
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